Prefacio redactado después de su
publicación.
Donde me pregunto: ¿De que nos sirve
esas instituciones internacionales, que nacieron como garantía de una vida en
paz? Más de 70 años después, nada ha cambiado y si me apuro, veo todo peor y
una guerra oculta, fruto del egoísmo de esa Globalización, que no deja de ser
el capitalismo, el imperialismo o ese pensamiento único que hoy llaman
neoliberalismo.
Vivimos en un autentico disparate y no hay quien ponga freno a esa oscura “Globalización.” Con la que nos esta cayendo a la humanidad más desfavorecida, cómo no hablar del surgimiento de una legislación global de estricto cumplimiento para todas las naciones, si en la actualidad existe la Corte Internacional de Justicia y el primer código penal global que rige la violación de los derechos humanos, y ya se viene aplicando en todo el mundo, con la dispensa de los poderosos y, sus infractores no cuentan con fronteras nacionales para ser capturados y juzgados. Bien es verdad que países tan poderosos como EE.UU. hasta el momento no se han sujetado a su disciplina. Es que la ley se ha hecho, para el pobre, el poder actua al margen de siempre.
Y, si analizáramos el papel de las Naciones Unidas en la actualidad, encontraríamos como se han apartado de su concepción inicial de “evitar una nueva guerra mundial” para convertirse en el nuevo poder “Legislativo Global” que, aunque de carácter representativo para los estados, sus decisiones en todos los aspectos del desarrollo mundial están orientadas y convenidas por unos pocos; ni que hablar sobre su poderosa capacidad para “instar” a las naciones a cumplir sus mandatos, so pena de ser señaladas como contrarias de la voluntad mundial. Pena ésta de lo más débil, pues “los grandes” puede pasar por la supresión de la norma aunque vaya en contra de los principios que inspiraron su “carta fundacional,” en varias ocasiones EE.UU., se la salta a la torera e invade el país que dice tener “armas de destrucción masiva” o estar lleno de terroristas y las resoluciones del “Consejo de Seguridad de la ONU”, que pueden ser vetadas por alguno de los miembros permanentes, se convierten en papel mojado.
No podía faltar el ejército de esta gran aldea global, que para la lógica cotidiana debería ser el Consejo de Seguridad de la ONU, pero para la imperativa realidad es la OTAN, que igualmente se apartó de su concepto original de “repeler cualquier ataque a sus países miembros”, para resolver y ayudar a los intereses de unos pocos en nombre de todos.
Como si lo anterior no bastara, ya tenemos el súper-ministerio de Hacienda Mundial, liderado por el FMI, el BM y la OMC, encargado de regular la actividad económica mundial e imponer los correctivos a aquellas regiones de esta aldea global que no están dentro de su club. Hasta se han inventado un plan de contabilidad estándar para poder ser aplicado en cualquier parte de la aldea y así facilitar el control de sus finanzas.
Por consiguiente, debemos aceptar que la globalización comprende un sin numero de tópicos en la reformulación de la sociedad del siglo XXI, representada en un barco con cada uno de sus botes salvavidas, que muy bien simboliza José Luis Sanpedro en su obra “La senda del drago”. La tarea de los actuales estados “subdesarrollados” es simpatizar por fascinarse y no dejarse remolcar en ese barco llamado Occidente, que no se puede detener, garantizando que, al terminar su recorrido, la sociedad que sustenta esos estados sea mejor y equitativa frente a las demás.
Apuntamos la globalización como el proceso político, económico, social, ecológico, y mucho más, y todo, ora positivo ora negativo, el que está teniendo lugar actualmente a nivel mundial, por el que cada vez existe una mayor interrelación económica entre unos lugares y otros, por alejados que estén, bajo el control de las grandes empresas multinacionales; cada vez más ámbitos de la vida son regulados por el “libre mercado”; la ideología neoliberal se aplica en casi todos los países cada vez con más intensidad; las mega-corporaciones consiguen más poder a costa de los estados y los pueblos.
La dinámica de este proceso no se desenvuelve en el vacío, sino que, por el contrario, se encuentra enmarcada dentro de un acontecer socio-cultural y político que se corresponde con la esfera de decisión de los estados nacionales más poderosos y de las organizaciones políticas, en cuyo seno, dichos países, tienen una influencia decisiva e incuestionable.
Cecilio Urgoiti
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