Reflexión con música de fondo
Cuando oímos por primera vez una
música, esta nace para nosotros.
La música es, exactamente igual a un
ser vivo; cada pieza musical goza su propia vida y acontece en un espacio de
tiempo, tiempo este, que se limita a la obra, si lo que queremos es una
recreación de la misma en nosotros. Hay música para cada cosa y para cada
momento. Pero ahora, me refiero a la música de oír y recrear los sentidos en
ella y con ella. Aunque la obra sea particular, si no hay quien se pare en ella
y se detenga a descubrir su andar, pasara recónditamente, trascurrirá en el más
oscuro de los sigilos. Para que la pieza musical, corra el velo y nos deje oír
el prodigio que lleva escondido detrás de la partitura, conviene que alguien
depare en ella, se confiera a admirar su misticismo, vea con antelación lo que
guarda dentro de si esos pentagramas y
la toque, con toda su magia y la mayor atención. Entonces, lo que era,
aparentemente un cúmulo de sonido, se torna en arte, convirtiéndose en un
soberbio vehículo de expresión y de regalo al oído. “La música es música si hay
alguien que la escuche.”
Aguzar el oído, con el objeto de oír
música, demanda ineludiblemente una corta contribución que es, ese exiguo compromiso
de prestar atención, y ese ejercicio se cultiva y se forma, de tal manera que
solo hay que ir modulando la costumbre. Puede que a algunos nos cueste más que
a otros, pero no hay duda de que se educa el oído y se prepara el cerebro y
este al cuerpo a ese primordial ejercicio.
Una recomendación para aprender a
sentir, eso que llamamos música y que alguien, por destaca, llamó ruido, claro
esta, que sistemático, melódico, acompasado y lleno de ritmo, se debe educar en
el atrevimiento de percibir la armonía, que es escuchar la música con la misma atención
que hacemos con el resto de sonidos, hay una diferencia, que pronto captaras es
su perfección. Escuchar música te lleva a la reflexión.
Cecilio Urgoiti
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